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LA DIFERENCIA ENTRE AMBAS REALIDADES ESTÁ EN LA RESPUESTA DE LOS GOBERNANTES.

Hace unas semanas atrás publicamos en nuestro sitio web la historia de Daniel Seara, un argentino que, por cuestiones laborales, hace ocho años, decidió irse a vivir Madrid, España, porque allí encontró las condiciones de accesibilidad necesarias para poder movilizarse en una silla de ruedas motorizada, de manera independiente, por las calles de la ciudad y también para poder hacer uso del transporte público, sin ningún tipo de dificultades, como cualquier otro ciudadano.


Daniel, en esa oportunidad, contó que “Los andenes del subte, por ejemplo, tienen marcado el logo de la silla de ruedas en el lugar que da a la única puerta por donde estos pasajeros pueden acceder a la formación, que puede ser la primera puerta del primer vagón o bien la última del último”. Además, “Los vagones más nuevos de algunas líneas, renovados hace aproximadamente cinco años, despliegan una mini rampita y se levantaron los andenes, con una pequeña inclinación, en las estaciones por donde circulan los subtes que aún no cuentan con este mecanismo para que, en ambos casos, estando en una silla, uno pueda subir y bajar sin problemas”, añadió.


Diez mil kilómetros aproximadamente separan a la capital española de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (C.A.B.A.), República Argentina. Esa misma parece ser la distancia que existe entre una realidad y la otra. Porque, de este lado del Océano Atlántico, para Ana Carolina De Souza viajar en subte es una odisea permanente.


 Una malformación congénita llamada agenesia de columna, que le deforma la columna vertebral, hizo que Ana Carolina deba trasladarse siempre en silla de ruedas. De Souza es estudiante de Biología y trabaja en el Congreso de la Nación y en el Zoológico porteño. Actualmente, utiliza los servicios de transporte público- las líneas de subte A, B y H y los colectivos 40, 71, 105,107 y 160, entre otros- para dirigirse tanto a la facultad como a sus lugares de empleo.


“El ascensor de la estación Facultad de Medicina de la línea D de subtes, por ejemplo, está situado sobre una callecita cortada y angosta por lo que el acceso con una silla es sumamente complicado. Tanto que siempre debo pedir ayuda para ingresar”, relató la joven, que, al mismo tiempo, señaló que “La estación Plaza Italia, perteneciente a la misma línea, no tiene ascensor por lo tanto, cada vez que voy a cursar, tengo que resignarme y esperar a que alguien se digne a ayudarme a subir por las escaleras”.


De igual modo, Ana Carolina refirió que “Si bien, por ejemplo, hay ascensores en las estaciones Plaza de Mayo de la línea A y Callao de la línea B, respectivamente, a menudo estos no funcionan”.


Las realidades de Daniel y de Ana Carolina no se diferencian por la manera en que a ambos les tocó transitar por la vida sino sencillamente en la respuesta que ofrece uno y otro sistema estatal a la problemática planteada. Porque para De Souza, en Buenos Aires, llegar tarde a todos lados es una constante a la que, lamentablemente, tuvo que acostumbrarse como también, pese a haber presentado innumerables reclamos ante  Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del Estado (SBASE), en reiteradas oportunidades, debió acostumbrarse a escuchar que la empresa encargada del mantenimiento de los subtes no contaba con los repuestos necesarios para reparar los ascensores fuera de servicio. Si eso mismo ocurre en Madrid, en cambio, Seara puede hacer una denuncia ante la Defensoría del Pueblo de dicha ciudad e inmediatamente, según aseguró, está última le enviará un correo electrónico con el número de la denuncia efectuada para que, con ese número, pueda hacer un seguimiento on line del trámite.


Soluciones concretas de un lado y respuestas banales del otro hacen que dos personas con la misma diversidad funcional vivan realidades absolutamente distintas.