Please enable JS

LA FALTA DE ACCESIBILIDAD LIMITA MI DISFRUTE.

¿Qué nos ponemos? ¿Zapatos o zapatillas? ¿Cómo nos arreglamos el pelo? ¿Con qué tonos de maquillajes vamos a pintarnos hoy? Y por supuesto, ¿A qué boliche vamos a ir? Son preguntas que mis amigas y yo nos hacemos cada vez que queremos salir a bailar o tomar algo en algún bar de la Ciudad de Buenos Aires. Pero a ese interrogante debemos sumarle otro que para mí es fundamental al momento de elegir a qué lugares ir y a cuáles no, y cuya respuesta, la mayoría de las veces, resulta incierta. La pregunta de siempre es ¿Tal o cual boliche será accesible para una usuaria de silla de ruedas? ¿Ese bar tendrá rampa de acceso? ¿Y baños adaptados?


Jamás en los quince años que llevo conociendo la noche porteña -tengo 30- pasé una situación de discriminación semejante a la que vivió Rosario, la joven cordobesa a la que el pasado 29 de agosto le impidieron ingresar a un boliche porque “la silla de ruedas ocupaba mucho espacio y estorbaba a la gente”. Aunque no es necesario llegar a tan repudiable acto de exclusión para sentir que una no es tenida en cuenta como posible público asistente a fiestas y otros espacios de diversión nocturna. Con mucho menos, la tristeza y la indignación que se experimenta es exactamente la misma. Porque el hecho de que un lugar no cuente con las condiciones básicas de accesibilidad -rampa o plataforma elevadora en el ingreso y un baño adaptado- limita mis posibilidades de disfrute y mi libertad de movimientos.


Si bien, en lo personal, la falta de accesibilidad en la ciudad nunca ha sido un impedimento para mí, representa una innegable complicación que  podría evitarse si todos los ciudadanos, cada uno desde el sitio que le corresponde,  entendiésemos que las personas con discapacidad motriz o con movilidad reducida somos, ante todo, sujetos de derecho que no elegimos transitar por la vida sobre una silla de ruedas, apoyados en un andador o en un bastón, pero que sí deberíamos poder elegir libremente los espacios de esparcimiento a los cuales queremos concurrir de acuerdo a nuestro gusto musical y no al grado de accesibilidad de los mismos.


El Teatro Vorterix y el Teatro Flores, por ejemplo, son dos lugares inaccesibles a los que asisto habitualmente a fiestas y/o recitales. El primero no tiene rampa de ingreso y tiene tres escalones en la entrada. Por lo tanto, debo recurrir a la buena voluntad del personal de seguridad y de mis amigos porque para poder acceder necesito de la ayuda de, al menos, tres personas- dos para que me suban a mí y otra más que suba mi andador-. El lugar tampoco cuenta con baños en planta baja y mucho menos con uno adaptado. Por ende, la decisión de ir implica también la obligación, por razones lógicas, de tener que privarme de disfrutar de unas cervezas o unos tragos durante la noche.


Al segundo boliche no es el escalón mínimo de la entrada lo que lo convierte en inaccesible sino la ausencia de un baño adaptado. Si bien en este caso hay sanitarios comunes en planta baja, el ingreso con silla de ruedas o andador es imposible porque no da el ancho de las puertas. Entonces, la situación se repite. Y como en muchas otras situaciones de la vida, me repito ¿Por qué? ¿Por qué si quiero estar cómoda y manejarme de manera autónoma tengo que ir solamente a uno o dos boliches en toda la ciudad? ¿Por qué si elijo ir, por ejemplo, a alguno de los dos lugares qué acabo de mencionar tengo que privarme de ciertos gustos? ¿Por qué tengo que depender siempre de un tercero para poder ingresar?


Por otro lado, considero que al hablar de accesibilidad integral debería repararse también en la altura de las barras y de los mostradores en el caso de un bar/restaurante. Particularmente, me resulta tremendamente molesto estar en una ronda de amigos y tener que decir “che, fulanito me traés tal o cual cosa, por favor”. Porque se trata justamente de ser lo más independiente y autónoma posible y no de tener que estar permanentemente acompañada de alguien que reemplace a la accesibilidad que falta y me ayude a hacer cosas que, de otro modo, podría realizar por mis propios medios. Como acercarme a la barra de un bar o al mostrador de un restaurante y pedir el trago o el menú que tenga ganas sin la necesidad de que intervenga nadie más, por ejemplo.


El nivel de accesibilidad de la ciudad, a mi entender, será realmente elevado cuando-como dije antes- todos comprendamos que no se trata únicamente de cumplir con la Ley Nacional de Accesibilidad vigente- Ley N°24.314- sino también, y principalmente, de hacer accesible nuestras cabezas y nuestros pensamientos.