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UNA DE CAL Y UNA DE ARENA.

Sábado 27 de abril. Un fresco viento cubría la noche en el barrio porteño de Liniers. Invitada por la Fundación Unión Argentina de Rugby (FUAR), junto a una amiga, asistí al triunfo de Jaguares sobre Brumbies por la 11ra fecha del Personal Súper Rugby. El partido se disputó en el Estadio del Club Atlético Vélez Sarsfield y una vez más, como sucede en cada una de las pocas ocasiones en las que concurro a un lugar accesible para personas con movilidad reducida, la sensación de tranquilidad se adueñó del momento. La presencia de rampas para salvar desniveles dentro del estadio y el hecho de contar con un sector espacialmente habilitado para la ubicación de espectadores usuarios de silla de ruedas -Platea Baja Sur A, sobre la Avenida Reservistas Argentinos- nos permitieron, tanto a mí como a mi amiga, dedicarnos únicamente a disfrutar del evento deportivo.


Todo lo contrario, sucedió dos horas después, cuando al salir del Estadio José Amalfitani decimos ir a cenar. Esta vez, a diferencia de lo que ocurre habitualmente, no reparamos en las condiciones de accesibilidad del lugar al momento de elegirlo. Simplemente, buscábamos algún local gastronómico en donde poder continuar una noche de ocio. Nos cruzamos con una sucursal de La Continental –Avenida Rivadavia 11.350- y no hubo más nada que pensar.


La entrada tiene un pequeño escalón que no es nada en comparación con la escalera que tuve que subir para acceder a los sanitarios. Aún regocijadas en el confort que nos había ofrecido el evento del que habíamos participado, dimos por sentada la existencia de un baño adaptado. Todo iba bien hasta que quise ingresar a los sanitarios. El buen momento del que estábamos disfrutando se convirtió, una vez más, como tantas otras, en una incómoda situación. La sucursal de esta reconocida pizzería no cuenta con baños en la Planta Baja y a la Planta Alta se accede únicamente por escalera.


Un piso. 20 o 25 escalones y, en el mejor de los casos, un riesgo físico completamente innecesario para las personas con movilidad reducida que, como yo, con la ayuda de un tercero y mucho esfuerzo, podemos subir y abajar escaleras, aunque me demande aproximadamente un cuarto de hora. No obstante, la incomodidad no pasó solamente por el desgaste físico y el tiempo invertido para atender algo tan simple como una necesidad fisiológica sino también por la incomodidad de tener que exponerme a las compasivas y expectantes miradas de los comensales ahí presentes. La gente, como sucede en muchos otros ámbitos y situaciones de la vida cotidiana, mira sin comprender porque tanto despliegue para subir o bajar una escalera. Cuatro personas, una para ayudarme a mí y otras dos para trasladar la silla de ruedas, involucradas en un acto tan propio y normal en el ser humano como ir al baño. Y peor todavía resulta que, además de no garantizarme comodidad y seguridad, locales gastronómicos como este me quitan la posibilidad de ser autónoma en mis desplazamientos y refuerzan, de esta manera, mi condición de dependencia para desarrollar las actividades de la vida diaria.


Parece mentira aún no logremos tener plena consciencia social de la problemática que implica la falta de accesibilidad edilicia en la población con movilidad. Por eso, desde Acceso Ya, continuamos trabajando incansablemente en pos de obtener entornos cada vez más accesibles, amigables e inclusivos. Para que la participación de personas con movilidad reducida en los distintos ámbitos de la vida, en ninguna circunstancia, estén condicionados al nivel de accesibilidad de los espacios.