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UN ESCENARIO DE DOBLE EXCLUSIÓN POR FALTA DE ACCESIBILIDAD

Una posibilidad de acercamiento al ámbito laboral, la primera. Una decepción, otra de tantas, por falta de accesibilidad edilicia. Tras cuatro años de intensa cursada y a solo un par de finales de lograr el tan ansiado título de Licenciada en Psicología, “Luna” -nombre fantasía porque la protagonista prefiere no revelar su verdadera identidad- obtuvo la oportunidad que todo estudiante próximo a graduarse anhela: la posibilidad de realizar una pasantía.


Una fuerza arrolladora hace que ese deseo se duplique cuando se trata de una persona con discapacidad motriz. Porque, lamentablemente, aún hoy, en pleno Siglo XXI y pese a la existencia de la Convención Sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad - la Argentina ratificó su protocolo facultativo en 2008, bajo la Ley N° 26.378- la inclusión laboral sigue siendo una deuda pendiente.


El lugar asignado por la Universidad de Belgrano (UB), institución académica a la que “Luna” aún concurre periódicamente, para que desarrollase sus primeras prácticas profesionales fue el Espacio Olázabal, ubicado en la calle Olázabal 1280, en el barrio porteño de Belgrano. Ahí estuvo “Luna”, una joven usuaria de silla de ruedas, el día y horario pactado. Fue su primer y único día en el Espacio Olázabal -establecimiento privado que ofrece asistencia psicológica a niños, jóvenes y adultos-.


Su ilusión se derrumbó en paralelo con la apertura de la puerta. Dos escalones en el ingreso y un piso por escalera para llegar a la sala donde debía llevarse a cabo la actividad para la que había sido convocada borraron automáticamente la sonrisa de su rostro. Otra vez, la desilusión a flor de piel. Una vez más, sentimientos de impotencia e indignación se mezclan con bronca y tristeza. Una vez más, el silencio se apodera de la escena. Porque las situaciones de exclusión por falta de accesibilidad son una constante en nuestras vidas. Se repiten hasta el hartazgo. Tanto que, muchas veces, equivocadamente, llegamos a creer que somos las personas con movilidad reducida las encargadas de adecuarnos a los espacios que nos rodean.


Sin embargo, la experiencia vivida por “Luna” en el Espacio Olázabal resulta doblemente grave. La ausencia de rampa en la entrada de la entidad y de ascensores o plataformas elevadoras que conecten los ambientes, tanto de manera horizontal como vertical, configura una situación de doble exclusión. Por un lado, representa una irrefutable muestra de habitamos en un entorno que nos discapacita. Las personas con movilidad reducida -personas usuarias de silla de ruedas, mujeres embarazadas, niños pequeños, personas de edad avanzada y lesionados temporales- vivimos en una ciudad que nos limita. Habitamos un espacio que nos niega la posibilidad de desarrollar al máximo nuestras potencialidades, en igualdad de condiciones con los demás ciudadanos. En este caso, por ejemplo, el Espacio Olázabal le impidió a “Luna” transitar su primera vivencia en un ámbito profesional. Y, por otro lado, priva a niños, jóvenes y adultos con movilidad reducida de la posibilidad de acceder a los servicios de asistencia psicológica que allí se brindan. Por ende, atenta contra un derecho humano fundamental como es el acceso a la salud mental. Un derecho que, supuestamente, la misma institución debe salvaguardar.


Luna”, afortunadamente, supo transformar una situación adversa en una oportunidad de cambio. Convencida de que la situación que vivió tenía que servirle para algo, se acercó a Acceso Ya y, después de realizar la correspondiente denuncia, nos contó su historia. La historia de una joven, usuaria de silla de ruedas, que no se da por vencida y que conoce la importancia de su aporte para que otras personas con movilidad reducida se animen a denunciar lugares inaccesibles.


La indiferencia te hace cómplice. No mires para otro lado, no te quedes callado. Si sabes o conoces espacios inaccesibles, denuncialos aquí.